martes, julio 06, 2004

MADRID, JARDÍN BUCÓLICO

Llegué a Madrid el 1 de julio. Un Madrid caluroso sin llegar a ser sofocante. Para quien llega a Madrid tras cruzar las turquesas cortinas y dejar atrás la frontera tex-mex, Madrid es un jardín bucólico. Bajo tanto edificio imponente y señorial, zigzagueando entre las mesas de las terrazas cerveceras y refrescantes, conviviendo como hombres y bestias entre el tráfico poco asesino, los habitantes de Madrid parecen ninfas y pastores de un jardín bucólico. Calor sin polvo de desierto y de huesecillos de muchachas desaparecidas, mendigos ilustrados en la picaresca y en Galdós, casticismo verbenero de siglo neonato, contaminación consensuada, agobio metropolitano sin temor de cuchillos ni de cuernos de chivo, alegría pornófila de los kioscos y enciclopedismo semanal de sus ofertas... Hasta los educados policías están bonitos en este jardín bucólico.

Paseo por las grandes librerías en busca de libros y tebeos. La oferta de publicaciones produce angustia, me siento como quien entra hambriento a un gran buffet libre y sabe que no podrá comerlo todo. Dicen que nunca se ha editado más en la historia de España, y es verdad... La contemplación de los estantes de la sección de tebeos de FNAC me agobia y desasosiega: integrales de Glénat, Planeta y Norma; numerosos mangas imprescindibles, como El lobo solitario y su cachorro; las nuevas aventuras de Blake y Mortimer; las reediciones de la maravillosa herencia Toutain (Carlos Giménez, Fernando Fernández, Jordi Bernet, José María Beá...); la última novela de Joe Sacco, por no hablar de multitud de tebeos de Marvel y DC/Vértigo a los que he renunciado porque no puedo seguirles la pista tras las turquesas cortinas. Oriento mis compras en función de esto último: en los últimos años sólo colecciono series europeas en álbum, que por lo general tardan en salir más de seis meses. Aún no he comprado el último Blueberry, por ejemplo, no corre prisa... De aquí a que monsieur Giraud publique la continuación de OK Corral tendré tiempo de adquirirlo y releer los volúmenes anteriores. Al final compro La marca amarilla, de Jacobs, que ya tengo por capítulos en Cairo; el tomo 3 de Bouncer, por Jodorowky y Boucq; El asno de oro, de Manara (adaptación con toques fellinianos de la novela clásica de Apuleyo); el tomo cuatro de Los profesionales, de Carlos Giménez (quien me incluye en la dedicatoria del álbum; qué honor, ¡gracias, Carlos!). Encuentro cerrado Madrid Cómics, con lo que se diluyen mis esperanzas de comprar el último Love and Rockets de los Bros Hernández. A cambio, hallo que la sección de ofertas de la Casa del Libro ha inaugurado una sección de cómic, aunque ofertas, ninguna. Allí sólo compro un tomo de quinientas páginas en italiano donde se reeditan cuatro fumettis de Dylan Dog. Ah, los tebeos italianos... Los mejores tebeos populares del mundo.

Mas no sólo de tebeos vive el hombre, pardiez... A pesar de todo, sólo hago un par de compras, pues todavía viajo con la lectura de un excelente trabajo que reconstruye la vida de mi querido Garcilaso de la Vega: Garcilaso, poeta del amor, caballero de la guerra, de Mari Carmen Vaquero Serrano. Después quiero leer La Mara, de Ramírez Heredia (Alfaguara), para de paso ver si le escribo y me quito ese vergonzoso trauma de no haber correspondido a su amabilidad en el trayecto Mérida-México, tras aquel lindo congreso. En Casa del libro compro El bendito arte de contar historias, de García Márquez, pero sobre todo soy feliz al encontrar una curiosidad: una edición bilingüe de La Eneida, en latín e italiano. Macarroni me veis, ¿verdad? He de vivir en Italia antes de ser mucho más viejo. Entre Dylan Dog y Virgilio, dejo mi cargamento en el hostal y me dirijo al encuentro de dos buenos amigos del Foro del Capitán Trueno: Carlos Álvarez y Manuel Escudero. Será una tarde de charla, cerveza, gacelas rubias cruzando como saetas el jardín urbano de la gran Madrid mientras Manuel desgrana anécdotas divertidísimas sobre el coleccionismo de tebeos y Carlos proyecta punzantes opiniones sobre temas vinculados con nuestra gran afición.

La capital del antiguo imperio es un jardín bucólico. Sobre todo, para quien cruza las turquesas cortinas desde Mexamérica. Quien dijere lo contrario, miente.

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