lunes, noviembre 28, 2005

800 BALAS (2002)

Como les decía el otro día, nuestro dilecto Don Melón (aunque ya no es mi alumno, sigue llamándome Profe; ya tutéame, Don Melón) me obsequió con dos filmes de Alex de la Iglesia: El día de la bestia y 800 balas. Gracias de nuez, Don Melón.

800 balas es una película muy superior a El día de la bestia (1995). Es superior porque el planteamiento del film es mucho más original, aunque su desarrollo sea fiel al mismo espíritu fallero y estridente de la mencionada película. Si El día de la bestia era una parodia y homenaje al cine de terror de la Hammer, así como sus derivados y subproductos relacionados, 800 balas es una mirada nostálgica el mundo del spaghetti y gazpacho-western, a los dorados tiempos en que en Almería se rodaban películas como El bueno, el feo y el malo e infinidad de otros títulos menos significativos que durante los 70 llenaron las pantallas de los cines de tiroteos y diligencias rodados en los desérticos contornos de Texas Hollywood, el pueblo del Oeste americano real donde, hoy día, se celebran atracciones turísticas relacionadas con la leyenda del viejo Oeste. Los personajes del film son, precisamente por ello, un montón de inadaptados que trabajan como extras en Texas Hollywood y que, a fuerza de nostalgia y desesperación ante el glorioso pasado que ya no volverá, acaban por compenetrarse con los personajes medio circenses que interpretan hasta convertirse en verdaderos personajes de un Oeste de leyenda incrustados en la vida pueblerina de un pueblo de Almería. A este pueblo del desierto de Tabernas llegará Carlos, un niño que se escapa de casa para conocer a su abuelo Julián (formidable Sancho Gracia), un antiguo extra que dobló a Clint Eastwood y a George C. Scott en Patton y que malvive de recuerdos con su trabajo en el Texas Hollywood. El gran encanto de la película está precisamente en cómo de la Iglesia, queriendo rendir un sentido homenaje el gazpacho-western (marmitako-western, he leído también por ahí) filtra a sus harapientos personajes montados a veces a caballo en el contexto de un pueblo almeriense real, logrando una simbiosis absolutamente genial entre pasado y presente, fantasía y realidad. Lo llamativo es que la habilidad para incrustar a estos infelices vestidos de vaqueros en la moderna Almería es tan grande que nos obliga a reflexionar si no será que, a veces, es todavía posible vivir en una vida inmersa a su manera en la filosofía, rudimentaria pero agreste y poética, del western circense que cultivó Leone, o incluso del sistema de valores del western clásico que encarnaron Ford, Walsh o Hawks. O sea, como Ciudad Juárez, pero en Almería, que es más cantoso.

Verbenera y delirante, atiborrada de personajes secundarios que ejercen magníficamente su papel y donde destaca un Sancho Gracia que, en virtud a su propia leyenda de Curro Jiménez, adquiere ante nuestros ojos en la pantalla una estatura de actor verdaderamente mítico, 800 balas es una película gozosa y fascinante, una vuelta de tuerca a nuestro sentido de la realidad y de la vida, a la que sólo se le puede reprochar que, a veces, de la Iglesia se deleite demasiado con los efectos pirotécnicos y deje escurrirse una historia mucho más humana cuya moraleja final hubiera debido de ser más grande.

800 balas (2002). Dirección: Álex de la Iglesia. Guión de Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia. Producción: Álex de la Iglesia. Fotografía: Flavio Martínez Labiano. Música: Roque Baños. Montaje: Alejandro Lázaro. Dirección artística: Arri y Biaffra. Vestuario: Paco Delgado.
Interpretación: Sancho Gracia (Julián), Carmen Maura (Laura), Ángel de Andrés López (Cheyene), Eusebio Poncela (Scott), Luis Castro (Carlos), Enrique Martínez (Arrastrado), Luciano Federico (Enterrador), Ramón Barea (Don Mariano), Manuel Tafallé (Manuel), Terele Pávez (Rocío), Gracia Olayo (Juli), Cesareo Estánez (Andrés), Eduardo Gómez (Ahorcado), Eduardo Antuña (Taxista), Berta Ojea (Ángeles), Ane Gabaráin (Jacinta), Yoima Valdés (Sonia), Alfonso Torregrosa (Jefe policía), Juan Viadas (Monitor), Juanjo Legamiz (Camarero).
España. Color. (***, de 4).

viernes, noviembre 25, 2005

EL DÍA DE LA BESTIA (1995)

Alex de la Iglesia es una de mis asignturas pendientes del nuevo cine español. Apenas había visto de él la jocosa Muertos de risa hasta que este último fin de semana me propiné un programa doble de este director: El día de la bestia y 800 balas. Queda pendiente, todavía, la que al parecer es su obra más perfecta hasta la fecha: La comunidad.

Sin ser ninguna de las películas obras redondas, ambas pertenecen a ese cine enormemente disfrutable que se rellena de referencias cinéfilas y que abreva a todas horas en el casticismo ibérico más goyesco y hasta casposo. Mezcla de parodia y homenaje al cine de género, El día de la bestia dirige su humor estridente y abrasivo hacia el cine de terror de toda la vida, pero sobre todo aquel que proliferó en los años 70 desde Villaberzos a Milán, aquel cine que partía sobre todo del modelo de la británica productora Hammer para ejecutar producciones más modestas que han quedado en numerosas ocasiones como paradigmas, hoy tan revalorados, de la serie Z. En El día de la bestia se juega con aquel cándido temor milenarista que recorrió el mundo a finales de los 90: fin de siglo y fin de milenio auguraban el gran pifostio cosmogónico, y hasta los ordenadores (¿recuerdan?) podían dejar de funcionar con las uvas y las campanadas para sumirnos a todos en el caos post-apocalíptico. No pasó nada, claro, el Apocalipsis y el nuevo orden mundial no llegaron hasta que llegó Bush y tomó las riendas de la esquizoide realidad planetaria tras el 11 de septiembre de 2001. En El día de la bestia, un sacerdote de aspecto inofensivo, catedrático de Teología de la universidad de Deusto, después de muchos años de estudiar el Apocalipsis de San Juan llega a la conclusión de que el Anticristo nacerá en Madrid el 25 de diciembre de 1995. Ayudado por un aficionado al heavy metal (Santiago Segura) y por un gurú televisivo (Armando de Razza), el padre Berriartúa se enfrentará con la nueva amenaza mundial sembrando el caos por todas partes hasta llegar a un colorido desenlace. El día de la bestia es una parodia ejemplarmente conseguida: el cine de terror setentero es remedado con una gracia singular y un magnífico manejo del ritmo. No faltan guiños tampoco al cine clásico de suspense, donde Hitchcock, y sobre todo Vértigo, tiene al menos un par de homenajes enormemente divertidos y en algunos casos inadvertibles (el empleo de la música y las transparencias en el clímax del film, por ejemplo). Fabada colorida y de visionado lúdico, es también en cierto modo el germen del torrentismo, esa extensión un poco más casposa y de humor más bajo y siniestro que el actor y director Santiago Segura cultiva con éxito desde hace unos años para horror de críticos de cine políticamente correctos y deleite de masas hambrientas de migas con chorizo y circo.

El día de la bestia (1995), de Alex de la Iglesia. Guión de Álex de La Iglesia y J. Guerricaechevarria. Fotografía: Flavio Martinez Labiano. Producción: Andrés Vicente Gómez. Música de Battista Lena. Intérpretes: Alex Angulo, Santiago Segura, M. Grazia Cucionotta, Terele Pávez, Armando de Razza, et al. España-Italia. (***, de 4).

lunes, noviembre 21, 2005

UN PAR DE COSAS SOBRE PERSÉPOLIS

El gran mérito de Persépolis, afamada obra de Marjane Satrapi, es haber contribuido desde su trinchera a dar a conocer un tema poco conocido: la triste realidad de los iraníes durante la dictadura de los ayatollahs, y en concreto, la hundida condición de sus mujeres. Por otra parte, Persépolis pertenece al comic-verité que ahora ha fructificado más que nunca desde los tiempos de Maus y antes (siempre hay antecedentes para todo) y que parece bien instalado en nuestras librerías especializadas. Sirve, además, para cerrar la boca a quienes piensan que los cómics son un producto exclusivamente dirigido a niños, nostálgicos de la dorada infancia o tarados sin remisión. Leído el tomo 2 de Persépolis, se profundiza en la amarga descripción de un Irán secuestrado por el fundamentalismo donde sus ciudadanos más serviles vigilan y agreden a quienes no desean vivir en el embrutecimiento. Son recuerdos de Satrapi, como toda la serie Persépolis, ya que Persépolis, como todos los lectores de buenos tebeos saben, es la autobiografía de Marjane Satrapi (aquí abajo, en la foto).
Si hablamos de dólares o de euros, Persépolis es al cómic lo que es El código Da Vinci a la literatura. La cornucopia. Satrapi es una sensible escritora de su propia vida, y en Persépolis conjuga con hábil maestría la crítica social y política a un sistema de gobierno abyecto con la ternura de sus historias y el encanto sencillo y minimalista, muy expresivo, de sus dibujos. Resulta curioso que un tebeo cuya gracia no se encuentra precisamente en sus dibujos quede ante quienes no leen cómic como ejemplo de cómic como obra de arte y hasta de obra literaria. Un cómic trascendental. Algo tiene Persépolis de engañabobos y de moda de País de las Tentaciones; algo tiene de pólvora mojada y de rifle de barraca de feria. Por supuesto que tiene su mérito y su encanto: intimismo muy logrado, relatos cortos bien redondeados, denuncia del fundamentalismo árabe, emotividad conmovedora en el desarrollo y conclusión de sus historias... El dibujo de Satrapi es premeditadamente adolescente, como también sucedía en otra obra trascendental: La muñeca de papá. Leídos los dos primeros volúmenes de Persépolis, espero con ganas la lectura de su conclusión para comprobar si el conjunto realza el mensaje general. Al fin y al cabo, Persépolis cuenta la vida de Marjane Satrapi, y una vida así merece ser escuchada. Aunque sólo sea por respeto a quienes padecieron la misma opresión en Irán y no pueden contarlo, bien porque no saben, bien porque no sobrevivieron para poder hacerlo.

Marjane Satrapi, Persépolis I y II. Norma Editorial. (***, de 4).

domingo, noviembre 20, 2005

ENTREVISTA CON LAUREN BACALL

Hoy el suplemento dominical de El País publica una estupenda entrevista con la gran Lauren Bacall llevada a cabo por la escritora española Elvira Lindo. En ella, Bacall evoca sus 81 años de vida, casi todos de profesión cinematográfica (fue una placer verla en Dogville, de Von Trier), y por supuesto, aflora el recuerdo de su primer marido, Humphrey Bogart. Bacall, que toda su vida ha tenido que llevar el sambenito de ser "la viuda de Bogart" protagonizó con el duro más tierno algunas obras maestras como El sueño eterno, Cayo Largo o Tener y no tener. La entrevista, como digo, está muy bien. Aquí les cuelgo una foto de la feliz pareja, donde ella luce esa mirada baja que tan famosa la hizo. La Bacall tenía 18 años cuando se conocieron, y él 25 años más (saquen cuentas ustedes, tengo que irme a lavar platos a la cocina), y luego se casaron. ¿Verdad que es bonito el amor?

miércoles, noviembre 16, 2005

MOGAMBO: PASIÓN

Quizá sea la mejor escena de la película: ella es Grace Kelly y él es Clark Gable (Gargable, que decía mi abuelo Paco). Ella es la esposa de un cientifiquillo que deambula por Africa checándole la presión a los monos o midiendo la falocracia reprimida del cuello de las jirafas. Como quiera que sea, que no me acuerdo, ella se encuentra toda recalentada bajo el sol africano mientras Gargable, el machomán que también se beneficia mientras tanto a Ava Gardner (Habas Con Carne, la llamaba mi abuelo, y yo sólo transcribo), le echa el ojo a la rubita puritana y reprimida que, en el fondo, lo que espera no es un informe sobre el tránsito arbóreo de los monos, sino un pollazo que le vuelva los ojos del revés y las nalgas saludando a la luna. La actriz Grace Kelly, actriz que supo como ninguna encarnar a la perfección el mito erótico de la monja ninfómana, contempla con ojos de pavor y deseo a la bestia sudorosa que la acecha y corteja mientras ella derrama feromonas de sábana y sabana, empapadas como madalenas proustianas en una infusión de sudor,miedo y leche agria.

La película es Mogambo, rodada por John Ford en 1953. Mogambo en lengua suajili quiere decir pasión, y aquí radica el principal problema de este film: es un film que trata sobre la pasión y el sexo, no sobre el amor. Cuando la moralina de la época la convirtió en film de amorcillos, el film naufraga y se transforma en otra cosa: en una especie de carnaval hipócrita protagonizado por carniceros que braman su orgullo de vegetarianos.

Queda, sí, a pesar del maquillaje final del film en película de sanvalentines, ese olor a sudor, a mono y a selva que la sigue haciendo una película morbosa donde hubiéramos querido ver a Gargable formar un trío formidable con la monja ninfómana y Habas con Carne, a la luz de la luna y musicalizado por la resonante música de los trombones fenomenales de todos los elefantes de África. Cuando se estrenó en España esta película, el adulterio de Grace obligó a convertir su relación con el marido en relación de hermanos, por lo que transformó aquel adulterio en incesto. Algunas almas libidinosas quisiéramos volver a ver esta película con aquel doblaje, mucho más adecuado para una película sudorosa que debió ser ésta en vez de lo que nos ha dejado la resaca de los témpora y las mores. Qué pena, no sólo que aquel doblaje franquista ya no exista, sino que sea irrecuperable.

Mogambo (1953). Dirección: John Ford. Productor: Sam Zimbalist. Guión de John Lee Mahin. Fotografía de Robert Surtees y Freddie Young. Montaje de Frank Clarke. Música de Max Steiner. Intérpretes: Clark Gable, Ava Gardner, Grace Kelly, Donald Sinden, Philip Stainton. Productora: MGM. Estados Unidos, color, 115 m. (***, de 4).

viernes, noviembre 11, 2005

BATALLA EN EL CIELO (2005)

Yo comprendo que haya personas que de una manera visceral no podrán soportar esta película. También comprendo que haya personas que de manera igualmente visceral adoren esta película, y la encuentren una rara joya de las pocas que de vez en cuando ofrece el cine de cualquier época.

Segunda película del mexicano Carlos Reygadas, levantó amplio revuelo en Cannes por sus escenas de sexo explícito, una felación con que el film se abre y se cierra, y sobre todo, una escena de cama entre el protagonista y su esposa, dos personas ampliamente entradas en años y en carnes que protagonizan una tórrida escena que a más de uno impulsará a dejar de mascar palomitas y volverse palomo volando del cine. Como siempre, la pregunta es: ¿merece la pena ver Batalla en el cielo por haber sido una película escandalosa? No. ¿Merece la pena ver Batalla en el cielo por ser una película con méritos cinematográficos? Mi respuesta, al menos, es rotundamente sí. Digamos que se trata de una historia de Partenio de Nicea a la mexicana, un relato empapado de un hondo pesimismo en la tradición mexicana que encarnó hasta su muerte el dramaturgo Jesús González Dávila, quien, como Reygadas ahora, supo construir impactantes objetos dramáticos llenos de una purulenta crítica social pero también de un lirismo exacerbado partiendo de los ingredientes más dramáticos (y, por tanto, cinematográficos) de la mancha de miseria que llega a todas partes. Es, por tanto, una película que se enmarca ya dentro de cierta tradición. Es la clase de cine que muchos mexicanos no querrán ver (como ya sucedió con De la calle, basada en la pieza teatral del ya mencionado González Dávila), pero también refleja el tormento de una cara del país que muchos no quieren ver y del que sólo pueden reconocer las consecuencias cuando éstas les afectan directamente: los secuestros, la delincuencia, la corrupción. Los mexicanos que hierven en esa sopa de la cual Reygadas nos proporciona grandes cucharones son los primeros que no querrían ver, y mucho menos padecer, esa turbia realidad.

Y aquí tenemos, mucho más allá del cine de denuncia social (denotativamente la hay) y más allá de las reglas universales del melodrama (que también están) tenemos un estimable film noir mexicano que ha levantado ampollas por todas partes, una truculenta historia de sexo, amor y muerte: Marcos es un mestizo que trabaja como chófer de Ana, la hija adolescente de un militar que se prostituye porque le gusta venderse al primero que quiera pagar por ella en un burdel fetén. Marcos y su esposa secuestran a un bebé para pedir rescate por él, pero el bebé muere accidentalmente, Marcos tiene miedo y su psique comienza a derrumbarse. Su complicidad con Ana pronto se convertirá en una turbia relación sexual que servirá como ligero calmante hasta que sobrevenga el trágico final para todos los implicados.

Batalla en el cielo es una cinta lenta y silenciosa, una película que intenta capturar a través de la cámara una visión urbana y contemporánea de ese "tempo" del indigenismo mexicano que Eisenstein intentó encontrar cuando rodó por estas tierras ¡Que viva México! Marcos y su esposa, negros y silenciosos, marginales y llenos de resquemor social, encarnan el alma de los desheredados que malviven por todas partes, y en la espléndida recreación que hace Reygadas radiografía con gran certeza la cochambre de la miseria con todos sus deseos reprimidos y ansias incontrolables de revancha, convenientemente reprimidos hasta que se disparan, entre los algodoncitos del autoritarismo patriótico o el dedazo divino: la virgen de Guadalupe, el culto a la bandera, la religión...

Batalla en el cielo es un retrato lírico y violento de una sociedad que tiene el lirismo a flor de piel, pero ahogado por una agresividad que de tan cotidiana ya parece innata a la vida.

Las escenas de sexo, ciertamente, podrían haber sido suprimidas porque no aportan nada al mensaje, pero en este caso lo coronan. La escena de amor entre Ana y su chófer, convenientemente magnificada por la banda sonora de tambores (Marcha procesional de Córdoba) sirven para realzar el contraste entre el mestizo gordo y la blanca adolescente hija de papá. Es, desde el punto de vista estético, una escena violenta porque abofetea nuestra infantil concepción del amor y del erotismo (una linda muchachita de piel blanca nunca se acostaría con un viejo verraco prieto). Pero más allá de esto, no se trata sólo de una disímil pareja, sino del encuentro entre dos clases sociales radicalmente opuestas y enfrentadas en una sociedad altamente jerarquizada. Es, desde este punto, una escena violenta a pesar de la delicadeza que Reygadas imprime a sus escenas sexuales, una delicadeza cruenta que en otro tiempo practicaron también Oshima o Pasolini. En aquel tiempo, como en el caso mismo de Carlos Reygadas, en medio de una encendida polémica. ¿Es Batalla en el cielo un clásico en ciernes? Eso sólo lo dirá el tiempo. Por lo pronto, es un film altamente defendible con enormes logros (un seductor manejo del ritmo que alterna imágenes sórdidas y estridentes con delicados paseos por los tejados o recreaciones detallistas) aunque con algunos problemas de dirección (el actor Marcos Hernández resulta a veces ininteligible) y de estructura dramática (la conclusión se alarga demasiado después del clímax). Una película que no es para todos los públicos y tampoco del todo original: se enmarca, ya lo he dicho antes, dentro de la línea perfectamente reconocible del tremendismo mexicano que cultivaron con buena fortuna González Dávila y otros.

Batalla en el cielo (2005). Dirección y guión: Carlos Reygadas. Fotografía: Diego Martínez Vignatti. Música: John Tavener. Montaje: Benjamin Mirguet, Adoración G. Elipe y Nicolás Schmerkin. Producción: Philippe Bober, Carlos Reygadas, Jaime Romandía y Susanne Marian. Interpretación: Marcos Hernández (Marcos), Anapola Mushkadiz (Ana), Berta Ruiz (Mujer de Marcos), David Bornstein (David), Rosalinda Ramírez (Viky), Juan Soria "El Abuelo" (Inspector de policía). 98 m. Coproducción entre México, Bélgica, Francia y Alemania. 98 min. (***, de 4).

jueves, noviembre 10, 2005

CALVIN Y LA EDUCACIÓN

Hacía mucho tiempo que deseaba compartir esta maravillosa tira de Calvin y Hobbes (clica sobre la imagen para ver a buen tamaño), una deliciosa serie de prensa norteamericana de los 90 que su autor, el gran Bill Watterson, sabiamente interrumpió para siempre en su mayor momento de esplendor y fama. No quiso convertir al sabio Hobbes (el tigrecito que en esta tira no aparece) en un Snoopy neopijo de la globalización mierdal. Hizo bien Watterson y se volvió grande, y como Quino con su Mafalda (mis alumnos de Latín hoy se entretenían a carcajadas, entre latinajo y latinajo, con un volumen de Mafalda y un par de Asterix traducidos al latín) supo cerrar el manantial a tiempo para convertir su serie en un mito con todo derecho. Yo fui uno de los primeros críticos en España en exaltar la grandeza de Calvin y Hobbes en Un año de tebeos, un anuario (¿de 1992?) que sacó Glénat en un tomo editado por Joan Navarro y coordinado por Tino Reguera. La eclosión del éxito y mito de Calvin y Hobbes llegó después a la piel de toro, cuando yo ya plisaba más bien la piel rezumante del agave. Y era más feliz.

Pero como tenía ganas de compartir con ustedes esta tira, aquí lo hago. Me identifico con las palabras de Calvin en la tecera viñeta. Al fin y al cabo, la única religión que profeso es la del hedonismo, y la práctica del placer sigue siendo más que recomendable (¡a veces hasta por los médicos!) para evitar toda clase de desgracias de salud en el futuro constructivista o post-boloniano. ¡Advertidos quedan, colegas de la vagándula tiza!

martes, noviembre 08, 2005

VÉRTIGO Y PASIÓN

Tras diversas interrupciones he concluido la lectura de este formidable ensayo del filósofo español Eugenio Trías sobre una de las grandes películas de la historia. En otra ocasión escribía aquí sobre otro valioso estudio. Sólo puedo acabar reconociendo que, a pesar de la multitud de veces que he visto Vértigo, lecturas como ésta me obligan a reconocer cuanto yo solito he conseguido aprehender de la complejidad de este rico film de Hitchcock, pero también mi gran limitación para haber llegado a profundidades más abismales. Desde su estreno en 1958, Vértigo no ha hecho sino crecer en el recuerdo de quienes pudieron verla en aquel tiempo. Como se sabe, Hitchcock la eligió para formar parte de una selección de sus filmes que consideraba adelantados a su tiempo y que, por tanto, debían ser reestrenados algunos años después de su fallecimiento para que continuaran dando dividendos a sus descendientes. Sabido es de todos que Hitch fue un hombre con un talento infinito, no sólo para el suspense, sino también para amasar dinero. Un hombre así no pudo resistirse a la tentación de seguir recogiendo millones después de muerto, y de causar expectación con cinco películas que nadie había podido ver en al menos quince años: Rope, The Man Who Knew Too Much, The Trouble With Harry, Vertigo y Rear Window. Cuando a mediados de los 80 se reestrenó aquel grupo de filmes que bajo el título genérico de Lo esencial de Hitchcock, el maestro debió de sonreír en su tumba al ver de nuevo las colas de espectadores expectantes ante las puertas de los cines. De entre todas ellas, Vértigo fue la que más me impactó, y lo sigue haciendo: cada vez que la veo, entro en ella con la misma veneración que si lo hiciera en una sagrada catedral incendiada de luz sobre la que se impusiera la música de un órgano que dulcifica las piedras de sus muros y aplasta a los hombres por el simple capricho de Dios.

La obra de Trías está dividida en dos grandes partes: La espiral de la pasión es un ensayo sobre las obsesiones temáticas en la obra de Hitchcock y, concretamente, en esta película, además de dar cuenta de los referentes del clasicismo occidental como Orfeo o Tristán e Isolda; la segunda parte titulada La película Vértigo es un análisis pormenorizado del film que Trías divide en cinco movimientos (yo la divido en cinco partes también, aunque no coincida del todo con Trías: un prólogo, una primer acto, una transición onírica, un segundo acto y un epílogo). El libro no tiene desperdicio para el estudioso cinematográfico o el fan fatal de Hitch. El ojo bien entrenado de un filósofo como Trías es capaz de diseccionar numerosos elementos, que a simple vista podrían pasar desapercibidos, hasta acabar por presentar el análisis de una película que al final de su lectura reivindica al film como lo que verdaderamente es: no sólo una de las cimas del cine como poesía en toda la historia del medio (que ya es decir mucho) sino como un ser orgánico absolutamente vivo que se agita y palpita desde su superficie (en Vistavisión y technicolor) hasta adentrarse en abismos del alma humana tan insondables. Abismos que, de haber sido tratados ensayísticamente en un film, éste se hubiera convertido en un plomo insufrible. La grandeza de Vértigo (como la de, quizá, toda gran obra de arte literaria) procede no de exponer una teoría o tesis sobre esos conflictos del amor y del deseo en el alma humana, sino de que sólo los atisba y los deja insinuados. De ahí la profunda liviandad de esta obra prodigiosa cuyas lecturas y niveles de interpretación siguen siendo prácticamente inagotables. Hitchcock fue, y esto es sabido de todos, un hombre que por medio de películas aparentemente intrascendentes o de entretenimiento, supo mejor que muchos profundizar en la angustia de una existencia atormentada por el deseo. Su gran tema de inspiración, su gran obsesión primordial.

Eugenio Trías, Vértigo y pasión. Editorial Taurus. Madrid, 1998.

domingo, noviembre 06, 2005

FLASH GORDON EN LA CIUDAD AMERICANA

Esta documentadísima obra es un detallado estudio sobre la influencia de la moderna arquitectura norteamericana -el skyline característico- en la ya clásica labor que Alex Raymond desarrollara para su Flash Gordon. Una serie que fue escrita por un artesano de los de antaño llamado Don Moore y que ha tolerado mal el paso del tiempo desde el punto de vista de sus guiones. Las viñetas de Raymond, por el contrario, lucen hoy tan hermosas como siempre, y mi historia favorita es la "proteica" En el reino de Tropica, donde Raymond cambió de registros varias veces, quizá, como señala el autor de esta obra, influido por la cada vez mayor responsabilidad del ayudante de Raymond, el "segundo autor", Austin Briggs, que tras la incorporación de Raymond al ejército acabaría la historia y se encargaría de la serie en sus tiras diarias.

Flash Gordon en la ciudad americana es una bonita edición en formato apaisado que uno puede colocar junto a la reedición que B realizara de esta clásica serie, allá por los 90. Está estructurada en tres partes, comenzando con un análisis de la paisajística urbana en el Flash de Raymond y dejando para la segunda y tercera partes una análisis del verdadero diseño urbano de las megápolis americanas, el que influyó lógicamente en el artista del cómic. Desde este punto de vista, no se entiende muy bien el orden de la presentación del trabajo: lo natural hubiera sido que, partiendo de las muchas fotos y el pormenorizado análisis de los modelos arquitectónicos reales, el análisis de la obra de Raymond hubiera aparecido al final como síntesis y ejemplificación de lo ya expuesto.

La obra viene lógicamente enriquecida por multitud de fotos y diseños de rascacielos y de viñetas del gran Raymond, además de contar con un documentado análisis, desde el punto de vista visual, de dos películas que marcaron época en cuanto a la visión de la imagen futurística de la ciudad del siglo XX: Metrópolis de Fritz Lang y Things To Come de Cameron Menzies.

El estilo académico de Pérez Carda no entusiasma durante su lectura, pero es un detalle insignificante frente a la gran información que expone y la multitud de inmejorables imágenes desplegada por sus páginas. Acaba por cansar el reiterado desdén con que Pérez Carda trata la imaginación raymondiana para la creación de ciudades: critica al artista por presentar como "constante elemento fundamental de la ciudad" al rascacielos, como representación "de progreso", y sobre todo, "de poder" (p. 35), incluso cuando la falta de terreno edificable no sea un problema en muchos de los paisajes fantásticos que inventaron Moore y Raymond. Sobran, a este respecto, insistentes comentarios del tipo "tal nivel de falta de reflexión" (p. 36) o el adverbio "burdamente" para la recreación de un castillo medieval que encarna el reino de Azura (p. 40). Raymond no pretendía sino una recreación, dentro de la cultura popular del cómic de prensa, del creciente milagro americano proyectado hacia el posible futuro de otro planeta (y la imagen del futuro se basa siempre en cuanto conocemos de nuestro presente). Por esto, a pesar de que Pérez Carda tiene razón en cuanto al fondo de cuanto afirma (Raymond no supo o no quiso recrear una arquitectura nueva para un planeta nuevo sin raíces grecolatinas ni medievales), chirría dentro de su discurso la infinita falta de ganas para ponderar los indudables méritos del artista norteamericano por encima de sus limitaciones, que en este caso de diseño arquitectónico y, en líneas generales, de oficio de demiurgo, bien pudieran ser imputables al guionista Don Moore. A pesar de todo, y sin lugar a dudas, una obra muy recomendable para los amantes del tebeo clásico americano, y en concreto, de los fans y estudiosos del Flash Gordon de Alex Raymond.

Teófilo Pérez Carda, Flash Gordon en la ciudad americana. 1890-1940. Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, 2004.

miércoles, noviembre 02, 2005

UNA PORTADA DE GALLARDO

Rebuscando entre mis papelotes en Murcia, durante el pasado mes, hallé esta bonita portada de Gallardo para el suplemento dominical Gente (ignoro de qué cadena de diarios). Como veis, se publicó en 1989. El País acababa de editar su coleccionable dominical Cómics clásicos y modernos, y otros suplementos quisieron unirse al tirón de las pequeñas historias de los tebeos. La portada la he escaneado para compartirla con determinado grupo de irredentos defensores de cierto paladín español, entre los que me cuento. Gallardo, con Mediavilla a los guiones, fue punta de lanza de aquella revolución de los cómics españoles que constituyó la gran revista El Víbora en la década de los 80. O tempora, o mores! Aquellos tiempos críticos y feroces no volverán. Quizá no haga falta, pero se echa en falta aquella furiosa visceralidad. Por cierto (pregunta para comiqueros españoles), ¿sabríais reconocer a todos los personajes a quienes recrea Gallardo en esta portada? Clica sobre la foto para ver a buen tamaño.

martes, noviembre 01, 2005

DÍA DE MUERTOS

Mañana (en realidad, dentro de una hora visitaremos la medianoche) es día de muertos en México. Lo que cuentan las guías turísticas es rigurosamente cierto: se levantan altares funerarios en las casas, en los colegios, en las oficinas, en las cantinas, en los grandes almacenes, en los baños públicos... Las almas en pena vagan por México y exigen atención. Los espíritus noctívagos se rebelan y asoman su rostro monstruoso para caminar por las calles profiriendo alaridos... Como dijo el poeta: ¡Sólo una vez al año los muertos viven un día! Dentro de poco, los descarnados vendrán a tocar a mi puerta exigiendo que les entregue las ofrendas rituales que les corresponden: pan de muerto, huesos de monja, calaveritas dulces... ¡No les va a gustar nada que sólo tenga latas de fabada asturiana para agasajarles!

Durante varios días hay signos que presagian esta cita con los lémures, pues comienzan a suceder extraños acontecimientos... Los objetos modifican su emplazamiento y los retratos de los antepasados cantan sin karaoke; la cama se eleva tres palmos del suelo sin que tengas que cambalachear a tu esposa por Mary Poppins; rostros se dibujan en los vidrios de las ventanas y un vaho de ultratumba permanecerá adherido a ellos durante meses... Yo mismo, ayer por la tarde, tras un esfuerzo que me dejó extenuado, conseguí encontrar la horrible faz de una presencia indescriptible que quizá quiso aparecerse, al menos por un instante putrefacto, junto a sus amados tebeos en la lejana Murcia. ¡Pobre diablo! ¡Criatura digna de lástima! Os ruego una oración por su alma, sin duda condenada.