lunes, julio 28, 2008

SOPRANO: RECTA FINAL

Entretengo la noche contemplando la sexta y última temporada de Los Soprano. Comencé a ver la primera a finales de octubre del año pasado, y desde entonces, esta serie se ha convertido en mi referencia y tabla de salvación al llegar a casa por las noches. Me gustó tanto desde el principio que quise espaciar en la medida de lo posible el tiempo entre temporada y temporada, ya que, como todo el mundo sabe, la sexta fue campana y se acabó, kaputt, chirrín con chin. Como ironizó el propio Gandolfini: “No habrá más. Quizá dentro de diez años, cuando estemos todos arruinados, llegará la película de Los Soprano”. Pero aunque quise espaciar en la medida de lo posible, casi no hubo manera: los episodios fluyen uno tras otro y te dejan con ganas de más. Entre la segunda y la tercera temporada vi la segunda temporada de la Star Trek original, y sólo deseaba terminar cuanto antes para continuar con Los Soprano. Tengo un amigo que no podía dejar de ver Los Soprano y llegaba al extremo de devorarla literalmente, llegando a ver hasta cuatro episodios seguidos. Ahora que sé que esto se termina, que el fin se halla a la vuelta de la esquina, siento una especie de congoja pero también de sentimiento de liberación. No es bueno ser esclavo de nada, ni siquiera de lo que más placer te causa. Los Soprano es el gran novelón de principios de siglo, una obra de proporciones literarias basada en un libro que nunca existió, genialmente llevada a la pantalla grande a través de la pantalla pequeña. Demasiadas paradojas y transgresiones de género y de medio, pero así deben ser las obras maestras finiseculares: clausuran una época y abren la gran vagina de la modernidad para que nazca el bebé monstruo del nuevo tiempo. Los Soprano es una elegía triste y resabiada sobre la Mafia, obra maestra y canto de cisne de la tradición del hampa italiana, hoy en retroceso, parece ser, porque se tocaba demasiado el corazón. Los jovenzuelos, bien lo sabemos quienes vivimos en Comalito, nada saben de sutilezas, tradiciones, respeto a las familias ni besos en la mejilla. Tampoco, como en Los Soprano, tenemos aquí un Estado ni inteligente ni poderoso que los pueda mantener a raya.

El gran descubrimiento de Los Soprano fue James Gandolfini, un actor hasta entonces desconocido que fue aupado al estatus de icono cultural universal a partir de su protagonismo en esta serie de mafiosos donde, aunque no lo parezca, no hay lugar para la mitificación de la mafia, ni de su filosofía ni de sus métodos. Gran paradoja, puesto que nuestra empatía está del lado de estos personajes, y no de quienes supuestamente nos representan y defienden. En fin, aquí les cuelgo un par de enlaces sobre James Gandolfini, alma visual y aristócrata oso cavernario de Los Soprano: aquí, una entrevista con Gandolfini donde este estupendo actor demuestra su socarronería y escepticismo sobre su propio futuro como actor. Y aquí, una formidable descripción de su trabajo en la serie firmada por Antonio Muñoz Molina. Y para concluir, una entrevista con David Chase, creador de la serie.

Que ustedes lo disfruten tanto como yo, y si no han visto todavía Los Soprano no saben cuánto les envidio. No saben lo que daría por ser ustedes y tener, todavía, seis temporadas por delante que disfrutar de esta obra maestra del incipiente siglo XXI.

sábado, julio 26, 2008

LOCO DE AMOR

Para quienes leímos en su día las memorias de Klaus Kinski (tituladas Yo necesito amor), esta noticia que les enlazo, no tiene nada de sorprendente. Klaus Kinski fue el genial actor de Aguirre, la cólera de Dios y otras películas de Herzog (y mucho cine basura; él confesaba ser "el rey de las películas de mierda"). Para él se inventó la palabra "intratable". Quizá no hubo otro como él, actor genial torturado y torturador. Cuando murió, el director español Fernando Colomo publicó un artículo en El País titulado "Descansemos en paz". Colomo lo había dirigido en la película El caballero del dragón (1985). Por muy mala persona que hubiera sido Kinski, si pongo a Colomo y a Kinski en la balanza, creo que el primero debería avergonzarse de haber titulado así ese epitafio oportunista. La autoría de la foto que les presento, en que Kinski posa con su hija, es de Jean-François Bauret.

viernes, julio 25, 2008

ALETA CAMBIA DE TRAJE A LOS BONELLIS

Me entero por las bitácoras dedicadas al cómic que Aleta Ediciones ha decidido cambiarle el traje a las series que publica de la casa italiana Bonelli. O sea, que a partir del mes que viene los bonitos volúmenes mensuales de casi cien páginas dedicados a Dylan Dog, Martin Mystère, Nathan Never y Dampyr ya no tendrán cien páginas, sino que serán trimestrales y compilarán tres ejemplares de cada serie. En concreto, en agosto cambian de formato Dylan Dog y Dampyr, y en septiembre, Martin Mystère y Nathan Never. Además, Aleta presentará un nuevo personaje de Bonelli: una miniserie bimensual protagonizada por Brad Barron. Y no acaban aquí las novedades para el nuevo curso: la editorial anuncia que habrá doblete de Dylan Dog, puesto que, sin proporcionar fecha de inicio, comenzarán a publicar tomos trimestrales con las historias de este célebre detective de las pesadillas donde, a razón de cuatro números por volumen de 400 páginas, se publicará la serie desde el número 1 original italiano. De pasada, pero sin más datos, prometen lo mismo para una edición integral de Martin Mystère.

Que conste que lo que sigue es sólo una opinión personal y no documentada, así que, perdón si meto la gamba. Soy un gran fan de los tebeos Bonelli, así que a mí este tema no me deja indiferente. Yo no sé si este lío de formatos, periodicidad, dobletes y novedades será bueno o no para la presencia de los tebeos Bonelli en España. A mí, en lo personal, el cambio de periodicidad me da un poco igual porque yo los bonellis los leo semestralmente de un tirón, ya que mi librero de Murcia me los reserva y los recojo todos juntos en diciembre y julio y me los traigo en la maleta, pero no sé si a un español que vive en España le hará gracia, si es que logra acordarse de un trimestre para otro, llevarse a casa un tomo de trescientas páginas de su personaje favorito. Está también el tema del precio: no es lo mismo gastarse cada mes 20 euros en cuatro personajes bonelli y 400 páginas, que gastarse 60 euros de una tacada en 1200 páginas que, a lo mejor, se hacen más cuesta arriba de leer, más que nada por el factor psicológico: aunque es lo mismo 20 euros cada mes que 60 cada tres meses, esta última opción duele más a la hora de pagar. Por no hablar de que, para muchos, leerse 1200 páginas de un tirón parece alargarse tanto como el pago de la hipoteca del pisito.

Y luego está el tema del formato. Aleta ha conseguido tener en España la mejor edición bonelli de nuestra historia. Son bonitos los tomitos de Aleta, con su buen papel e impresión, sobre todo las preciosas portadas en cartulina y una encuadernación generalmente buena (también tienen notorios defectos: la desaparición de la miscelánea y el correo de los lectores, así como las muchas faltas de ortografía y acentuación en cada número). Con el nuevo formato desaparecen dos de tres portadas (aunque sean reproducidas dentro del volumen como en cualquier buen integral, se pierde un importante atractivo y reclamo de estas series), y por último, el producto final será un volumen parecido al reciente tomo de Martin Mystère publicado también por Aleta: El expediente Excálibur. Este volumen era todo un encanto, y disfruté mucho con su lectura, pero volvemos otra vez al factor psicológico: para mucha gente se trata de un ladrillo de difícil digestión y ardua lectura, sobre todo porque los tebeos bonellis son muy literarios y, para muchos jóvenes, anticuados (viñetas pequeñas, descripciones literarias, diálogos abundantes, ritmo pausado donde se concede importancia a los matices...). Es verdad que, con el reciente boom de la novela gráfica de distintos grosores y formatos, hoy nadie debería espantarse de este pequeño detalle, pero resulta que los tebeos Bonelli no son tan populares en España como en Italia, donde sobre todo rifan y controlan los superhéroes. En España puedes vender a Spiderman casi como te dé la gana, pero me parece más complicado hacerlo con Martin Mystère. En fin, que espero estar equivocado, porque, como ya digo, los bonellis de Aleta son los únicos tebeos que realmente sigo.

En fin, yo hubiera dejado en paz los bonellis mensuales como hasta ahora, y sí, hubiera recurrido al formato tomo gordo para la edición de Dylan Dog desde el número 1 original, para distinguirlo precisamente de la serie regular, pero... Supongo que en Aleta sabrán lo que hacen. Y si no, pues nada. ¿Saben lo que he estado haciendo en estas dos semanas de enclaustramiento en casa antes de volver al trabajo el lunes? Memorizar una gramática italiana. Seguiré comprando los tomos de Aleta, por supuesto, pero si el experimento sale mal no pienso poner en riesgo mi ración mensual de Bonellis. Son los mejores tebeos populares del mundo, tan buenos que mientras los lees te limpian el organismo dañado por malas lecturas. Si algún día Aleta deja de publicar a estos personajes, no pienso dejar que me afecte: los leeré directamente en italiano.

Ni el divino Dante, ni Alejandro Manzoni, ni Cesare Pavese ni Umberto Eco ni cebollitas en vinagre valen tanto sacrificio. La mejor razón que existe para aprender la lengua italiana es poder leer los tebeos Bonelli en su versión original: Tex Willer, Dampyr, Martin Mystère, Julia, Magico Vento, Nathan Never, Dylan Dog, Mr. No, Napoleone, Zagor y otros... Los mejores tebeos del mundo, palabrita del niño Jesús y de profesor Gafapasta.

Mucha suerte, Aleta, y cuidadín con las faltas de ortografía.

jueves, julio 17, 2008

MEMINPINGUINGATE II

El verano es tiempo de vacación, desconexión y esparcimiento (para los que pueden, claro). La relajación de costumbres y de cerebros, la calentura de los cuerpos y de las seseras que espuman como champán al baño maría se prestan para la generación de noticias que durante otra época del año no existirían o carecerían de resonancia. Regreso a Juaritos, me conecto a la blogosfera y me encuentro con que, otra vez, Memín Pinguín vuelve a ser causa de furibundas reacciones entre algunos miembros de la comunidad negra de Estados Unidos. La noticia puede leerse aquí. El pobre Memin ha sido retirado de los Wal-Mart de ese país como si fuera una vulgar mujerzuela del cómic indie. Algunos lugares que se han hecho eco de la noticia han sido Apostillas literarias, y sobre todo, La cárcel de Papel, donde se desató, además, una encendida retahíla de dimes y diretes en los comentarios. Lo que pienso al respecto ya lo escribí hace tres años, cuando miembros de la comunidad afroamericana pusieron el grito en el cielo porque se comercializaran sellos con el beatífico rostro del buen Memín. Pueden leerlo aquí.

Pero hoy, tres años después, quisiera hilar un poco más fino y hacer precisiones sobre la responsabilidad de ambas partes en estos tontos escándalos originados, no por Memín, sino por sus editores y receptores. Memín Pinguín, sin entrar en cuestionamientos sobre su calidad, es un popular pepín (tebeo) mexicano que empezó a publicarse en 1945. Estaba escrito por Yolanda Vargas Dulché y dibujado por Sixto Valencia. Las historias que ahora distribuye Vid son las mismas, redibujadas y coloreadas para el gusto “moderno”. Es un tebeo que tiene más de medio siglo y que habla de un México y de unas costumbres que, en buena medida, ya no existen. La popularidad de Memín es tan grande en México que su fama ha trascendido las fronteras que los mexicanos han podido trascender para labrarse un futuro mejor. Es un tebeo ternurista lleno de optimismo, para espíritus sencillos de pocas lecturas y con un gusto por los cómics poco desarrollado, con muy pocos referentes sobre la trayectoria del medio.

Como Cantinflas, como Tin-Tan, como Pedro Infante, Memín sigue vivo en el imaginario colectivo mexicano, y en este país es un clásico por derecho propio. Si Editorial Vid quiere seguir vendiendo a Memín en USA sin molestar a los afroamericanos que no soportan una caricatura de sí mismos (raíz del problema), creo que en vez de protestar por la proverbial hipocresía norteamericana y su incapacidad para comprender otras culturas, lugares comunes ambos, (basados, ay, en una gran verdad) deberían conocer mejor cómo funciona la industria del cómic en Estados Unidos, y reconocer que los estereotipos que se manejan en Memín pueden molestar a personas de allí que poco saben de la vida en otros países y de sus iconos culturales. Con no poca frecuencia, cuando en Estados Unidos reeditan un clásico del cómic, incluyen una pequeña nota en la página legal que dice algo así:

The strips reprinted in this volume were produced in a time when racial caricatures played a larger role in society and popular culture. They are reprinted whithout alteration for historical reference.

O en traducción mía:

Las tiras reeditadas en este volumen fueron producidas en un tiempo en que las caricaturas raciales jugaban un papel más importante en la sociedad y en la cultura popular. Se reeditan sin modificaciones para que sirvan como referencia histórica.

A nadie se le pide disculpas (como ha hecho Wal-Mart), y nadie puede darse por ofendido. No se puede protestar por la divulgación de la cultura del pasado, aunque ésta no coincida exactamente con las ideas que una sociedad defiende en un determinado periodo de su historia. Memín no tiene inspiración racista, pero sí es estereotipado y por lo tanto simplista, y entra en la misma categoría que los negros o chinos que aparecen por Dick Tracy, Terry and the Pirates o The Spirit. Memín es muy querido en un país donde existe cariño por la raza negra, pero ese cariño por los negritos es difícilmente entendible en Estados Unidos.

Estoy de acuerdo en que la reacción de Wal-Mart quizá ha sido demagógica y exagerada, pero también es verdad que Editorial Vid es una empresa que sigue desde sus orígenes una política editorial poco hábil y de pocas aspiraciones que sólo genera polémica y decepción cuando se introduce en mercados donde la edición de cómics y el gusto por los mismos están muy consolidados. Vid comete muchas torpezas que los lectores ya no perdonan. El reciente caso de su introducción en España hace unos años con los títulos de DC, que Vid traducía, editaba y distribuía de manera calamitosa, le hizo perder el monopolio que tenía de la edición de estos personajes, que tras duras negociaciones pasaron a Planeta-De Agostini para ser editados con mucha mejor calidad y cariño, y en mucha mayor cantidad, para un mercado paradójicamente mucho más pequeño que el de Iberoamérica. Cuando Vid quiere jugar en primera línea internacional, indefectiblemente pierde al principio del partido.

Esta ha sido un patinazo más de Vid, presentarse en Estados Unidos como Pedro por su casa, creyendo que todos somos iguales en todas partes y que todos van a apreciar igual las mismas ternuras de Memín. Un mismo cómic, para tener éxito en países ajenos al suyo de origen, muchas veces debe pasar por cambios de presentación y de formato. A veces hay que explicar algunas cosas que no resultan tan claras para la gente común de otros países del mundo. Creo que en estos tiempos estúpidos de corrección política, si uno quiere guardarse las espaldas, lo menos que puede hacer cuando edita un cómic clásico con estereotipos raciales del pasado, es introducir la nota explicativa en letra pequeña, más que nada para no generar escándalos gratuitos entre personas desinformadas o quisquillosas. Esta nota que he colgado más arriba la he tomado del volumen 1 de The Complete Chester Gould´s Dick Tracy editado por la americana IDW en octubre de 2006, pero también puede leerse en los volúmenes de Terry and the Pirates, de Milton Caniff, que edita en la actualidad la misma IDW, donde el estereotipo recaía en Connie, personaje de raza china. Clásicos del cómic americano, como pueden ver. Y grandes clásicos de referencia mundial dentro del medio. Los modelos gráficos en que se basó Memín Pinguín, ni Yolanda Vargas ni Sixto Valencia lo ocultaron nunca, eran americanos. Quizá por ello mismo, hay que detenerse un poco a pensar en esto, molestan tanto a muchos negros de Estados Unidos.

Las imágenes presentadas en este blogo pertenecen a Memín Pinguín, 13. México, 2002. (c) Manelick de la Parra Vargas.

martes, julio 08, 2008

BOB DYLAN EN LORCA

Sin duda este será el verano que recordaré por haber asistido a un concierto de Bob Dylan. El maestro pasó por España y tocó a una hora de tren de mi Murcia natal, concretamente en la pequeña ciudad murciana de Lorca (que nada tiene que ver con Federico García Lorca). Lorca tiene alrededor de cien mil habitantes, y allí, desde hace unos años, se celebra un estupendo festival músico-cultural llamado Espirelia donde el año pasado pude ver a don Ennio Morricone dirigir a la orquesta de Televisión Española. Con un whisky en la mano y un cigarrillo en la otra (apostado como estaba en el bar del concierto), nunca podré olvidar a don Ennio mientras dirigía su música en la plaza de toros de Lorca en su único concierto en España. Los acordes de películas como Erase una vez el América, El bueno, el feo y el malo o Cinema Paradiso (¡chin...! No dirigió Novecento) todavía palpitan dentro de mí, y estoy convencido de que al menos uno o dos hubieran querido estar en mi pellejo durante el transcurso de esa noche.

Y bueno, un día deberé escribir sobre aquella magna experiencia (¿por qué uno nunca bloguea sobre aquello que más le impacta y le encoge el alma? ¿Es un blog algo tan pequeño que sólo se presta a expresar juicios y experiencias pequeñas?). Un año después he asistido a mi primer concierto de Bob Dylan en la misma plaza de toros de Lorca. Pasó Bob Dylan por España tocando por aquí y por allí, cascarrabias, huraño y antipático como es él. Sin permitir fotos ni grabaciones de sus conciertos, dando plantones a la prensa y tomándose sus cervezas a escondidas en los kioscos de los parques.

Bueno, me gustó mucho el concierto, cómo no iba a gustarme. No me emocionó, también es verdad. Fue demasiado frío en directo como para ser directo. Como si se tratara de un holograma de Bob Dylan. Pero también fue una excelente velada musical, en la que el maestro Dylan se volcó (literalmente) sobre su pianito durante dos horas. Me entusiasmó sobre todo al tocar esa armónica tan suya que ya es historia. Le concedió carnalidad a un espectáculo un poco sintético, en que Dylan interpretó dieciséis temas rodeado por una orquesta de cinco músicos y, sobre todo, siete mil espectadores dispuestos a vitorearle hasta el fin de la velada.

Quizá por ello, porque el público fue leal y cálido (Dylan es tan leal a su arte como frío c0n el público) se despidió de todos nosotros cantando el gran tema: Blowin´in the Wind, la mítica canción que ya no se parece en nada a la que cantó cuando Dylan empezaba su carrera. Y es que, claro, uno no puede pasarse cuarenta años rascando la guitarra y tocando la armónica sin evolucionar, y lo contrario no habría cristiano que lo aguantase ni arriba ni abajo del escenario.

Como cabecera de este blogo les dejo una pésima foto que tomé del show de Dylan. Verán sobre todo el ambiente jovial que hubo durante toda la velada. En la entrada los cancerberos requerían los bolsos para hurgarlos, y se quedaban con las cámaras, ya que Dylan prohibió expresamente fotografías de su concierto. Muchos burlamos este control policial, y los destellos de flash brillaron durante toda la noche. Reconocerán a Dylan, a pesar de la mala calidad de mi foto, de costado al público en el centro del escenario, tocado por uno de sus curiosos sombreros redondos de ala muy ancha. Y como homenaje a mí mismo (pues Dylan cumplió mi capricho de verle cantar Blowin´ in the wind), les cuelgo un vídeo del Tutubo tan viejo como puede serlo la nostalgia de tiempos de oro que nos dejaron el legado de este mundo de ilusiones en ruinas. La letra en inglés la pueden leer aquí.

domingo, julio 06, 2008

HASTA EL VIENTO TIENE MIEDO (1968), DE CARLOS ENRIQUE TABOADA

El derrumbamiento del clasicismo tradicional, basado en la longeva tradición aristocrática de confrontar lo elevado/culto con lo bajo/popular ha cambiado en buena medida las reglas del juego en la apreciación crítica de la obra de arte. La posmodernidad recicló numerosos elementos de la cultura pop que antes se hallaban diseminados por obras tradicionalmente consideradas imperfectas de acuerdo con un canon clásico. Antes de la cultura pop, desde Francia se exportó al mundo el estudio y la importancia de la entonces llamada cultura popular, que venía a descubrir las profundas raíces culturales del cine, del jazz o de los cómics. La posmodernidad se convierte en un sueño de la razón, y a pesar de reivindicar los mixtos orígenes de la obra de arte (donde se juntan el material de derribo con los materiales canónicos y tradicionales), la obra de arte cinematográfica o literaria continúa siendo eminentemente aristocrática, pues hunde todavía sus raíces en una tradición de narrar el relato totalmente aristocrática, aristotélica.

Un ejemplo paradigmático de esto sería Pedro Almodóvar, quien en España encarnó el espíritu de la posmodernidad en los años 80 y hoy se ha convertido en icono de nuestro tiempo. Almodóvar, superados los años del arte gamberro, ha sabido convertirse en moderno/popular en lo accesorio y clásico/aristocrático en lo esencial. Lo accesorio sería la imaginerá visual, más o menos folklórica o pop, de sus películas; lo esencial, por supuesto, es su forma de escribir las historias y, más tarde, su forma de narrarlas en imágenes: en ellas demuestra ser, en su esencia, un clásico, pues se alimenta de los clásicos de una manera consciente y manifiesta, en clásicos del siglo XX que a su vez se alimentaba de un clasicismo decimonónico que, a su vez, procede de otros tiempos y lugares hasta llegar al análisis del drama clásico que establece Aristóteles.

Esta mezcla de ingredientes, cultos o populares, no sería posible sin la reivindicación de la obra menor, imperfecta sin duda, pero con una enorme capacidad de sugerencia y con un encanto superlativo. La historia de las influencias estéticas no puede escribirse desde la contemporaneidad de las mismas, porque sólo pueden arrojar un catálogo de actitudes o tendencias que se dan, que están ahí, pero que no sabemos cómo asimilará el tiempo si es que las asimila. Se reescribe la historia continuamente, y se hace hoy día, para integrar a los verdaderamente malditos: aquellos que no apelaban a la sensibilidad del individuo formado en la tradición aristocrática, sino para integrar a quienes filmaban cine o escribían novelas para el populacho. Hoy se reivindica el valor de las películas del Santo, del cine clásico de serie B y hasta Z, de los novelistas que bajo seudónimos americanizantes escribían terror o novela negra. Es una reivindicación justa, es democrática (desde el punto de vista de que pueda existir algo como el demos de los escritores) e integrante.

Pero en el fondo, todo se remite a una cuestión de encanto. Lo que gusta, seduce y halaga de acuerdo con unos cánones estéticos, es grato a la vista. No importa que esos cánones estéticos estén mejor o peor desarrollados, sino que se hallen en la obra de arte. No importa que esos cánones hayan sido mejor desarrollados por otros, porque en definitiva, eso no es importante. Lo que debe importar en un arte democrático para las democracias modernas es que los cánones estéticos estén ahí y sean reconocibles para que puedan ser disfrutados por todos.

Cuarenta años después de su estreno, una película como Hasta el viento tiene miedo quizá ya no asuste a nadie, pero rebosa encanto por los cuatro costados. Creo que el cine de terror es muchas veces la cara oculta de otras monedas: la del cine de amor y la del cine religioso. Muchas historias de fantasmas son el fondo historias de amor; muchas historias de terror son el fondo reflexiones puestas en escena sobre el lado demoníaco (relacionado con la culpa) de todas las religiones, y en concreto, de la nuestra. Lo de menos es que hoy films como Freaks, Frankenstein o a Hasta el viento tiene miedo no asusten a nadie, porque hoy sólo basta ver CNN para sentir miedo de verdad. Lo importante es que estas películas tienen planteamientos estéticos cuyo código sigue siendo comprensible por la mayoría, que nos cuentan historias sobre el bien y el mal, que a veces son películas de amor (como Jenny, como El orfanato), y que son películas totalmente válidas para quienes comparten el gusto por cierta clase de parafernalia temática o emocional como quienes comparten cierta parafernalia ideológica o ritual en las muchas variantes que existen hoy día del cristianismo.

Hasta el viento tiene miedo, película dirigida por Carlos Enrique Taboada en 1968, es un film de culto en México y en buena parte del extranjero. Las historias del cine mexicano pasan de puntillas por este film, lo que indica que quizá no es un buen film para la mayoría crítica, pero sí para quienes se estremecen o disfrutan las historias de fantasmas y de horror. Se la considera, junto con La residencia, la película emblemática de cine de terror gótico hispano, distinción que no sé si habrá que cambiar después del estreno de Los otros y de El orfanato. Como quiera que sea, su condición de clásico la pone a salvo de recategorizaciones, puesto que la antigüedad de su vigencia la sitúa en otra esfera, y además, tampoco son muchas las películas en español que se adentraron en este formato que remite a Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

Hasta el viento tiene miedo ostenta como primer reclamo un título rotundo y efectista, y es que esta película está llena de efectos. Nos cuenta la historia de Claudia (Alicia Bonet), una adolescente internada en una residencia de estudiantes que sueña con la visión de otra adolescente ahorcada en una torre de la escuela. Poco a poco descubrirá que su sueño es una llamada de ultratumba de Andrea (Pamela Susan Hall), una brillante estudiante del mismo internado cuyas oscuras y nunca explícitas relaciones con la directora (Marga López) acabarían por empujarla al suicidio. Desde entonces, el fantasma de Andrea vaga por el instituto buscando la oportunidad de ejecutar su venganza.

La sencilla y nada original historia de Hasta el viento tiene miedo se desarrolla por medio de toda la parafernalia más que reconocible del cine de terror clásico. De hecho, esta película es una antología de todos aquellos efectos que en el cine de terror de los años 60 y 70 fueron usados de manera recurrente antes de que su uso y abuso acabaran por desgastarlos: música sugerente que enfatiza los momentos en que el espectador debe estar predispuesto al susto o la inquietud, iluminación oscurantista en determinadas escenas, golpes de efecto por medio de rayos, sombras que se proyectan de repente, visiones fantasmales de seres estáticos y eternamente vigilantes, portazos imprevistos, gatos cuya repentina aparición puede ser confundida con otras presencias inquietantes, y sobre todo, como una banda sonora que se sobrepone a la banda sonora compuesta (oh sorpresa) por Armando Manzanero, el angustioso y casi incesante ulular de un viento que subraya la sensación de horror que viven las inquilinas del internado.

La película aborda la lucha del bien contra el mal. El fantasma de Andrea es el bien que busca vengarse del mal, encarnado por una Marga López que interpreta a Bernarda, la directora del internado. La película nunca nos hará saber qué maldades condujeron a Andrea a suicidarse por culpa de Bernarda, pero en estos tiempos de imaginación lúbrica y desatada, cada cual podrá extraer sus propias conclusiones. Claudia y sus compañeritas, castigadas a pasar las vacaciones en el internado, sólo tendrán la complicidad y la ayuda de la profesora buena del colegio, Lucía (Mari Cruz Olivier), otra solterona que se pone de parte de las jovencitas para aligerarles la carga de su estadía forzosa en el instituto encantado. Los nombres de los protagonistas del film son recurrentemente significativos, pues el mayor encanto de la película y su gancho entre el público de los últimos 40 años radica en su sencillez simbólica y su vinculación con el cuento de hadas de todas las épocas: Bernarda, como la Bernarda Alba de García Lorca que encerraba en casa a sus hijas, es una mujer madura y amargada que castiga y encierra en el internado a estas estudiantes como castigo por sus travesuras; Lucía, la profesora buena, es su contraparte luminosa (Lucía significa “portadora de luz”); Andrea (cuyo nombre significa “la varonil”) es el espectro ejecutor que busca vengarse de Bernarda, y usará a Claudia como instrumento para conseguir sus fines. Claudia, nombre aristocrático por excelencia, es la contraparte de Andrea en el mundo de los vivos. Son importantes en el film las dualidades y dicotomías: las actrices rubias protagonizan a los personajes buenos: Andrea, Lucía, Claudia (y sus rubias compañeritas, algunas con nombres anglosajones como Ivette o Kitty), mientras que las actrices morenas encarnan la maldad: Bernarda y Josefina (nombre del pueblo, ella es la chismosa a quien Bernarda convierte en informante de las actividades de las otras jovencitas). Desde este punto de vista, la película podría tener una lectura clasista.

Hasta el viento tiene miedo también puede ser interpretada como una lectura de los cuentos de hadas con los personajes paradigmáticos, y no es casualidad que las niñas llamen a Bernarda “la Bruja”: la bruja, el hada (Lucía), el leñador o bondadoso representante del pueblo llano (Diego el jardinero), el príncipe azul (Armando, el novio de Kitty), el justiciero (Andrea) que lucha contra la bruja por medio de un talismán (el cuerpo de Claudia), el viejo sabio (el doctor Oliver), y quizá algún etcétera. También es cierto que no hay correspondencias al cien por cien, pero la esencia es ésa.

Hasta el viento tiene miedo, sin ser una gran película a la altura de otros clásicos del horror gótico, resulta enormemente disfrutable para quienes apreciamos las convenciones del género de fantasmas. Cuenta con una buena fotografía en Eastmancolor (colores pastel, para entendernos) y el desparpajo de sus jóvenes actrices, que sirven a Taboada para introducir un ingenuo toque de erotismo que hoy no resultaría moralmente correcto (la escena de las duchas, la escena del strip-tease en la habitación). Destaca entre ellas Alicia Bonet, que con su voz grave con modulaciones interesantes, consigue captar la atención del espectador. Las veteranas Marga López y Maricruz Olivier llevan a cabo su cometido con la eficiencia y profesionalidad de años de experiencia, aunque uno hubiera deseado que Marga López le echara un poco más de veneno y morbosidad a su personaje. No cabe duda de que la moral de la época no lo hubiera permitido, y sólo nos queda la opción de poder leer entre las líneas de este cuento de hadas gótico y almibarado en cantidades más o menos proporcionales.

Hasta el viento tiene miedo (1968). Dirección: Carlos Enrique Taboada. Más información, IMDB.