jueves, abril 14, 2011

CHANOC, AVENTURAS DE MAR Y SELVA

Acabo de leer (y gozar) una veintena de ejemplares de Chanoc, una serie que no dirá mucho a muchos, ni siquiera en México (pienso, por ejemplo, en los veinteañeros). Creada literariamente por Martín de Lucenay, tuvo en Ángel Mora su creador gráfico más importante (casi único, porque cuando Mora desaparece del menester de lápices y tintas, la serie se resiente mucho). Su primera aparición data de 1958, y tras la prematura muerte de Lucenay fue prolongada por Pedro Zapiain Fernández y más tarde por Conrado de la Torre.

Chanoc, que tenía el subtítulo de Aventuras de mar y selva, contaba entre sus protagonistas al apuesto Chanoc y su padrino Tsekub Baloyán, pescadores del Golfo de México que pilotan el barco Maley II por las costas de Ixtac. Tsekub, fanfarrón, mujeriego y bebedor contumaz de barricas de cañabar, es el contrapunto cómico del héroe marinero, una especie de Tarzán de aventuras submarinas que combate contra tiburones, cocodrilos y peces espada, además de toda clase de contrincantes humanos en parajes selváticos llenos de pigmeos o caníbales, hombres prehistóricos y pintorescos malvados que a veces son más tontos que otra cosa. Es una mezcla del mito de todas las selvas, ya que en la serie Chanoc se mezclan los arquetipos de la aventura selvática, desde la tropical a la amazónica pasando por la tradicional selva africana, puesto que los parajes que evoca la serie son inexistentes.

Además, pronto las aventuras se hacen más largas y hasta Tsekub, tras muchos desvelos inmerso en una intriga internacional, se dirige a la ONU para advertirles que tienen la obligación de alimentar a 600 millones de bocas hambrientas, y esta obligación es mejor que gastar los recursos económicos en armas. Como siempre ha ocurrido, la cordura del mexicano de a pie nada tiene que hacer cuando se enfrenta a la irracionalidad de gobernantes chupópteros de cualquier nacionalidad. ¿Ecos de Chaplin y de Cantinflas? Seguro. Y también de Aristófanes y de Villon. Una quejumbre de justicia eterna, más que clásica.

En el número 364, ultima página, se nos menciona al Sabio Monsiváis, quien inventa en el número 375 una manera de volver invisible a Tsekub. Se trata de un tebeo de 1966, y el pintoresquísimo “sabio Monsiváis” (véase la página de arriba) no es otro que el verdadero Carlos Monsiváis (1938-2010), antorcha de la inteligencia en México y recientemente fallecido para tristeza de muchos y solaz de bárbaros por todas partes. Monsiváis, que tuvo fama en su infancia de niño prodigio y fue durante toda su vida amante de los cómics y de la cultura popular de México, se convirtió en personaje recurrente cuyos inventos nunca fallan. Tuvo así, en vida, un maravilloso homenaje como pocos amantes de los tebeos han tenido: el de participar como secundario de lujo en una serie de cómics que él seguía con fruición.

El mejor Chanoc fue el de una serie de aventuras compleja en su sencillez. El trazo de Angel Mora es robusto, vigoroso y dinámico, perfecto para el dibujo de las bestias salvajes en acción, pero también detenido y sensual para dibujar féminas. Influido por los maestros americanos de los 50 y 60, pero con el pincel bien hundido en la tradición del pepín mexicano. Un dibujante de raza, curtido en mil batallas, que hoy vive una tranquila vejez recordado por los más viejos e injustamente olvidado por la generación MTV. Recientemente compré unos originales suyos de Chanoc. Pronto les pondré marco para presumírselos a mis cuates más momios.

martes, abril 05, 2011

VIVA LA VIDA, DE BAUDOIN Y TROUB´S: 14 DE ABRIL

El 14 de abril aparece en España Viva la vida, de Edmond Baudoin y Troub´s. Durante un mes vivieron en Juárez, fueron nuestros amigos y convivieron con nosotros. Desde La Cárcel de Papel ya se destaca como una de las novedades imprescindibles del próximo Salón Internacional del Cómic de Barcelona, donde Baudoin y Troub´s firmarán ejemplares. Puedo decir que es una obra excelente, pero sobre todo debo decir que es justa: sin negar en ningún momento la horrible realidad de esta ciudad antaño bulliciosa y alegre, hoy maldita y ensangrentada, también habla de quienes intentamos vivir cada día mirando hacia el futuro e intentando construir un entorno más noble donde la muerte, quizá en un día lejano, no sea una realidad cotidiana, sino lo que debería siempre ser: el más horrible accidente. Viva la vida es, por tanto, una obra compleja alejada de maniqueísmos y de sensacionalismo. La tristeza y la tragedia conviven en ella con la esperanza, con la realidad palpable de los sueños nobles y legítimos de sus habitantes. Y hay mucha poesía, como las páginas que Baudoin dedica a Elpidia; y hay humor, como ésas donde Miguel Ángel Chávez interna a Baudoin y a Troubs por los antros oscuros de la negra noche. Viva la vida es una crónica de un segmento del tiempo (apenas un mes) pero es también un poema visual cuyo argumento es la obcecación de un pueblo por seguir soñando con seguir viviendo.

Más enlaces:

Página de la Editorial Astiberri y Nota de prensa (ésta para descargar en PDF).

Mi larga crónica sobre la gestación y desarrollo de Viva la vida.

lunes, abril 04, 2011

ADIÓS A NENÉ

Pues que se murió el gran Nené Estivill. El padre de La terrible Fifí (niña malvada que donde las haya) y sobre todo de mi querido Agamenón (no el griego, con quien nunca simpaticé, sino este robusto paleto entrañable del que les pongo imagen). Y miren que no me gustaba nada Agamenón cuando lo leía de niño en la contraportada (creo) de Jabato Color. Como después no me gustó Ivá. Eran demasiado complejos para mi mente infantil. Me gustaron de adulto. O quizá lo que no me gustaban eran las comillas con que Editorial Bruguera marcaba todas las burradas de lengua de estos personajes, que eran millones. Se hacía fea la lectura. Agamenón era el típico paleto español, del que todos los españoles tenemos algo, porque todos somos un poquito paletos. Nos gusta ese rollo, y es que si no, no se podría comprender el fenómeno de ese Torrente de Santiago Segura. A mí me encanta Torrente. ¿Por qué? Porque soy paleto, ¿no les digo? Bueno, pues se nos ha muerto otro grande. Un maestro que a través de aquellos paletos entrañables de Agamenón nos retrataba a todos. Bueno, no a todos-todos, pero sí a una mayoría. Y es que semos igualicos igualicos que los defuntos de nuestros agüelicos.